Psalms 132

El rebaño reunido

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1. En este misterioso Salmo celebra David el amor fraterno de todo el pueblo teocrático, Israel y Judá reunidos bajo su cetro como “carne de su carne” (II Reyes 5, 1 s.). Algunos modernos dudan que sea de David porque su nombre falta en el Targum arameo (así se llama la antigua Paráfrasis caldaica) y en algún códice de los LXX, por lo que lo refieren simplemente, como p. ej. Bover-Cantera, a la reunión de los peregrinos en Jerusalén. De todos modos simboliza la universalidad de los tiempos mesiánicos, abarcando en su plenitud la unión de judíos y gentiles (Efesios 2, 12-22; Romanos 11, 25 ss.; Juan 10, 16; II, 52; Salmo 101, 17) bajo el reinado de Jesucristo Sacerdote y Rey (Salmo 109, 3 ss.).
Cántico gradual. De David.
¡Mirad cuan bueno es y cuan deleitoso
para los hermanos el estar reunidos!
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2. A la unción real de David se une aquí la unción sacerdotal de “Aarón” (Éxodo 30, 23-33), ya revestido de los ornamentos (Levítico 8, 7, 10 y 12), cayendo el ungüento a través del Efod que llevaba el nombre de las doce tribus (Éxodo 28, 7-12) hasta la orla añadida o sea los gentiles (cf. Ezequiel 47, 23 y nota). Así como la gracia desciende de la cabeza que es Jesucristo, quien la recibió sin medida (Juan 3, 34), a los miembros, nosotros, que la recibimos todos de la plenitud de Él (Juan 1, 16), así también en Él se reunirán todas las cosas del cielo y de la tierra (Efesios 1, 10 y nota).
Es como el precioso ungüento
sobre la cabeza,
que desciende a la barba,
la barba de Aarón,
y que baja hasta la orla de su vestido.
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3. Figura semejante a la anterior. “No se quiere decir que sea el rocío que viene del Hermón el que baja sobre el monte Sión” (Prado). Sería tal vez una metáfora que significa abundancia. Sin embargo, como lo han atestiguado varios estudiosos, no obstante la gran distancia (180 kilómetros) se ha comprobado que el rocío del Hermón, sumamente abundante y precioso en esas tierras faltas de lluvia (cf. Salmos 125, 4; 142, 6 y notas), al descender de aquella altura refresca a Jerusalén y sus colinas. Algunos críticos modernos proponen leer, en vez de Sión, Iyón, antigua ciudad del Norte (III Reyes 15, 20; IV Reyes 15, 29). Pero ¿sabemos si no se alteraría con ello algún sentido recóndito que Dios pueda mostrar un día en este Salmo? Cf. nota anterior. Sobre las bendiciones en Sión para siempre, cf. Salmos 67, 16 ss.; 86, 2 s., etc. A la luz de estas profecías mesiánicas, dice Calès, los peregrinos entreveían los beneficios inmensos misteriosamente preparados para el Israel de la nueva Alianza.
Es como el rocío del Hermón,
que desciende sobre el monte Sión.
Porque allí Yahvé derrama bendición,
vida para siempre.
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